Muy buen concepto tenía el Padre Tolosa de aquel canario de cuerpo endeble y pobre apariencia. Pues llevábale de Rector al principal Colegio de la Provincia, el Colegio de Jesús de Bahía, donde se había preparado al sacerdocio. Pero mejor lo tenían en Roma. Muerto el santo Padre Francisco de Borja, fue elegido General de la Compañía el belga Everardo Mercuriano, que mostró un especial interés por las Misiones.
Las cartas de Anchieta, su Gramática y Vocabulario tupí, sus Catecismos, el Poema a la Virgen, uno de cuyos autógrafos se conservaba en la Biblioteca del Colegio Romano, y, sobre todo, los informes del Visitador Ignacio de Azevedo, movieron al nuevo General a poner a aquel canario, aunque no tuviese los preceptivos grados académicos, al frente de la Misión de todo el Brasil. No se equivocó.
La norma de gobierno en las comunidades religiosas solía ser “fortiter et suaviter” (con fortaleza y suavidad). En el Brasil, por sus especiales circunstancias, el Padre José cambió sencillamente el orden de los adverbios latinos: “suaviter et fortiter”. Primero la suavidad, la dulzura. En último término y, excepcionalmente, la firmeza.
Para no multiplicar testimonios, voy a citar dos hechos documentados, en los que resplandece no sólo su mansedumbre propia, sino la que pedía también a los demás Superiores. Escuchemos a su último Provincial y primer biógrafo, Padre Pedro
Rodríguez:
Oyó contar que decía un Padre que no debía el Superior dejar pasar una falta de sus súbditos sin corregirla. -Me parece muy bien, dijo el Padre José. Pero yo añado que no debe haber falta en un súbdito sin que el Superior la llore das o tres veces delante de Dios, antes de hablarle de ella.
Segunda anécdota. Preguntó el Padre José, siendo ya Provincial, a un Padre que era Ministro en un Colegio de esta Provincia, por qué se había portado áspero con un súbdito... Respondió: -El que me dio el cargo de Ministro me aconsejó que no dejase pasar ocasión de ejercitar a los súbditos en la paciencia... A lo que el Padre José contestó: -Pues in nomine Domini (en el nombre del Señor) yo os despojo ahora de ese
hábito de rigor y os visto de este otro de mansedumbre, con que nunca deis ocasión de impaciencia a ningún súbdito, sino de todo amor y afabilidad.
El Padre Ministro -sigue diciendo Rodríguez- prometió cumplirlo, y así lo hizo, y lo hace hoy en día, y cuenta esto que pasó con el Padre José. Fue el Padre Alfonso Gonzálvez.
El testimonio es irrefutable, pues cuando lo escribía Rodríguez, aún vivía el interesado.