Siguiendo nuestra narración, podemos imaginar el júbilo con que fue recibido en San Vicente el ya “Padre” Anchieta, sobre todo viniendo acompañado del Obispo, el Visitador y el Provincial. Reunidos con el Fundador, Padre Nóbrega, trazaron la nueva orientación de la Provincia. El Padre Gra volvería a la capital, Bahía de El Salvador, con el Sr. Obispo, una vez administrado por todo el Sur el Sacramento de la Confirmación. El Padre Nóbrega iría de Rector al nuevo Colegio de Río de Janeiro, para coordinar todo el Centro de la Misión. Y el Padre Anchieta quedaría de Superior en San Vicente otra larga década: desde 1566 hasta 1577.
El Superiór de San Vicente era una especie de Delegado del Provincial en el Sur. De él dependían las demás ciudades de la Capitanía: Sao Paulo, Itanhaém y Santos. Y las misiones esporádicas a las distintas aldeas del interior. Al Padre José le consultaban el Vicario del Obispo y sus auxiliares, el Capitán Mayor y demás autoridades civiles, y los colonos, a quienes con suavidad y firmeza les recordaba sus obligaciones cristianas.
Y a él acudían como a un padre, los indios libres o esclavos. Casi todos habían acudido
a sus clases e iban por los caminos tarareando sus canciones y su catecismo.
A él recurrían también en los casos difíciles. Tres esclavos habían huido con su familia hacia el interior después de cometer un crimen. Refugiados en una tribu enemiga, se podía temer un ataque a alguna aldea de las más alejadas de San Vicente, como había ocurrido en algún caso anterior semejante. Acompañado del Padre Vicente Rodríguez y algunos indios subió Anchieta en una canoa, río Tieté arriba, con el mensaje de que serían juzgados con benevolencia si se volvían arrepentidos.
En una de las torrenteras volcó la canoa y cayeron al agua, Salieron todos a la superficie, menos el Padre José que no sabía nadar y quedó en el fondo enredado por la sotana. Dos indios bucearon en vano tratando de encontrarlo. Uno de ellos, llamado Miguel, quería tanto al Padre que lo había acompañado a pesar de haber sido padre recientemente y, según costumbre antigua, debía permanecer en casa. Lanzándose por segunda vez, lo vio, y, sacando la cabeza para tomar resuello, volvió por él y lo sacó a flote.
Preguntándole el Padre Vicente Rodríguez cómo pudo estar tanto tiempo debajo del agua, respondió:
En tres cosas estuve ocupado. La primera en la Virgen Nuestra Señora, la segunda en no agarrar al indio hasta que él pudiese sacarlo del agua, y la tercera en no beber agua.
En la imposibilidad de contar ‘portentos” de este tipo, diré que San Vicente, en aquellos diez años, fue un ensayo de lo que serían dos décadas después las famosas Reducciones del Paraguay, cuyos comienzos, como veremos, se deben al Padre José.
Debemos recordar que no sólo floreció la vida religiosa y la catequesis. También la industria y la economía de la región experimentaron un notable desarrollo. Ya no sólo se fabricaban “alpargatas”. Se cultivaba la agricultura y la ganadería y se levantaban edificios cada vez más sólidos.
La caña de azúcar, traída de Canarias, fue asimismo una nueva fuente de riqueza. Bien repartida mientras estuvo José en el Sur, El “ingenio” de los “Erasmos”, dirigido por los hermanos Schetz, venidos de Flandes, fue entonces una empresa modelo. Siendo Anchieta Provincial, les escribe desde Bahía con fecha 7 de junio de 1578 una carta, que, como todas las suyas, reflejan la historia con absoluta objetividad.
Con gusto hubiera quedado Anchieta en el Sur toda su vida. Su enfermedad no desapareció nunca, como veremos; pero allí sufría menos crisis, quizás por el clima más benigno. O tal vez porque el ambiente era más cristiano, y así se sufre mejor. Todos habían sido sus alumnos, o mejor, sus hijos. Ya podía casarlos, bautizar a sus niños de pequeños, admitir a más de uno en la Compañía de Jesús, firme fermento de aquella sociedad. Hasta los extranjeros e incluso algunos negros de Guinea o Angola, en bastante menor número que en el Norte, se integraban para dar origen a un nuevo pueblo.
La pérdida de la expedición del Beato Azevedo fue muy sentida y trajo sus consecuencias negativas y positivas. Negativas porque se perdieron de golpe muchas
vidas y no pocos instrumentos, sobre todo libros, de evangelización y cultura, También positivas, porque el culto a aquellos santos, que consideraban brasileños, aunque sólo el Padre Ignacio había estado allí, levantó el espíritu de los misioneros.
El culto a los mártires, que el Padre José fomentó con sus inspirados poemas, fue una fecunda sementera de fe y vida cristiana, Los esperaban con santa impaciencia, como se deduce del comienzo de la carta que el Superior de San Vicente, Padre Anchieta, dirigía, con fecha 10 de julio de 1570, al General de la Compañía en Roma, San Francisco de Borja:
No tengo de momento otra cosa que avisar a Su Paternidad sino que estamos todos los que dejó el Padre Ignacio de Azevedo en esta Capitanía, bien por la bondad de Dios Nuestro Señor, y esperando por él cada día, con deseo de aprovecharnos en el Espíritu, con su ejemplo y doctrina. Entretanto trabajamos por conformarnos, cuanto lo permite la tierra, con lo que nos dejó ordenado.
Con el Padre Azevedo venían jóvenes estudiantes, pero también eminentes profesores y Padres Profesos para cubrir los puestos de Superiores de los nuevos Colegios. Todo se perdió en el mar. Azevedo venía con el nombramiento de Provincial. Hubiera sido el tercero después de Nóbrega y GrL. Por eso, al nuevo Superior Provincial, Ignacio Tolosa, que asumió el cargo el 23 de abril de 1572 se le consideró como el cuarto.
El 5° Provincial fue el Padre Anchieta. Quizás no lo hubiera sido sin el sacrificio de los mártires de Tazacorte. Me explico brevemente. Dos años después de ese glorioso martirio, se organizó la tercera expedición al Brasil, mucho más modesta, formada solamente por 13 jesuitas: seis Padres y 7 Hermanos. Embarcaron en Lisboa con grandes precauciones el 28 de enero de 1572 y llegaron a Bahía el 23 de abril. Todos
eran portugueses menos el Padre Ignacio Tolosa, que, recién hecha la Profesión solemne, venía con la patente de Provincial.
Nacido en Medinaceli (Guadalajara), sacerdote a los 27 años de edad, el castellano Ignacio Tolosa se doctoró en Évora. Allí ingresó en la Compañía de Jesús. Enseñó Filosofía y Teología en Coimbra. Destinado al Japón, San Francisco de Borja le cambió el rumbo. Iría de Provincial al Brasil, por la gran necesidad que había de organizar allí los estudios. Al mismo tiempo y, debido a los informes del Visitador Azevedo, el General Borja le recomienda que, excepcionalmente, otorgue al Padre Anchieta el grado de Profeso.
El Padre Tolosa, en su última visita al Sur, recibe en San Vicente (8 de abril de 1577) la Profesión (se conserva en Roma el autógrafo) del Padre José y se lo lleva para el Norte con el cargo de Rector de Bahía. Su despedida recuerda la de San Pablo en la playa de Mileto... El Padre consuela a los vicentinos prometiendo que volverá.