El Padre “Visitador” es un enviado del Padre General a una o varias Provincias jesuíticas con la misión de estudiar a fondo sus problemas y darle cuenta personal de ellos, a su vuelta a Roma, para tratar de que sean resueltos lo mejor posible. El 1° que fue enviado al Brasil se llamaba Ignacio de Azevedo. Un santo (futuro mártir junto a las Islas Canarias) enviado por otro santo (el tercer General, Francisco de Borja) también a otro santo, nuestro José de Anchieta.
El 2° Provincial, residente en Bahía, era entonces el Padre Luis de Gra. El primero y fundador de la Misión había sido el Padre Nóbrega, que gobernaba entonces las misiones del Sur. Pero quien conocía a fondo todos los problemas de la Misión y quien iba a acompañar al Visitador a todas partes, como intérprete, era el Padre Anchieta, ya sacerdote, con quien desde el primer momento se sintió identificado el Padre Ignacio de Azevedo.
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En un primer viaje hacia el Sur, embarcaron juntos hasta Río de Janeiro el Gobernador Mem de Sá, el Obispo Leitao, el Visitador, el Provincial y Anchieta. La nueva ciudad se llamaba propiamente San Sebastián de Río de Janeiro, en honor del joven rey de Portugal Don Sebastián. Su pacificador definitivo había sido Estácio de Sá, sobrino del Gobernador. Herido gravemente en la última batalla contra los corsarios franceses, tuvo el consuelo de morir asistido espiritualmente por su gran amigo el Padre Anchieta
Fue entonces cuando ocurrió un hecho “singular’ que atañe a nuestro biografiado. Diez franceses calvinistas fueron cogidos con las armas en las manos y condenados a muerte por la ley marcial. Nueve de ellos se reconciliaron con la Iglesia donde habían sido bautizados. El último se mostró recalcitrante. Al fin se rindió a la gracia, conmovido por la palabra cálida y afectuosa del misionero canario, que lo acompañó, estrechando su mano hasta el último momento. El verdugo, impresionado, estuvo torpe, con peligro de alargarle el sufrimiento. Le corrigió el Padre José, sin dejar de estrechar las manos del amigo: -¡Hazlo rápido!
En su primera biografía de Anchieta anota el Padre Pedro Rodríguez:
Contando el Padre de allí a muchos años, cuando llegó a ser Provincial, este caso a un Hermano nuestro, le dice el Hermano. ¿ Y no vio Vuestra Reverencia que quedaba irregular? -Sí. Bien me daba cuenta de eso. Pero mi irregularidad no era ofensa de Dios y tenía remedio, mas aquel pobre hombre tenía el tiempo limitado, y, por la salvación de su alma, aunque quedara toda la vida irregular, lo diera por bien empleado.
Hoy nos cuesta trabajo comprender esta actitud, porque no entendemos así las cosas. Un clérigo quedaba irregular, es decir, impedido de ejercer su ministerio, si colaboraba, aunque fuese involuntariamente, a un homicidio. Anchieta, después de un sacerdocio tan largo y ardientemente deseado, no tenía reparos en renunciar a su ejercicio por salvar un alma. Más adelante, siendo Provincial, veremos otro caso parecido.
El Padre Azevedo después de casi tres años en el Brasil, volvió a Roma, y el Padre General le dio amplias facultades para reclutar en las Provincias de Castilla y Portugal todo el personal que necesitase para una Misión tan bien encauzada como la del Brasil. Pero los planes de Dios son inescrutables. Casi cien personas llevaba el Padre Azevedo a su vuelta a la Misión. Iba como tercer Provincial para dar un nuevo impulso a la evangelización de aquella fecunda tierra.
Él, con 39 de sus compañeros, fue sacrificado por el pirata francés Jacques Soria en la bahía de Tazacorte, ante la isla de La Palma. Otros, que iban en otro barco, lo fueron, meses después, en pleno Atlántico. El golpe fue terrible. Anchieta, con su devoción y fe en el martirio, levantó los ánimos de misioneros y fieles, dedicándoles unas sentidísimas poesías, que fueron el comienzo de un especial culto a estos héroes, confirmado después por la Iglesia.
Voy a recordar sólo el estribillo de algunas de ellas, que son verdaderas catequesis:
Los que muertos veneramos
por su Dios,
si no los seguimos nos,
¿qué ganamos?...
“Lo dulce no gustará
quien no gusta de lo acedo,
como Ignacio de Azevedo.
Hay uno, especialmente emotivo, porque alude a la conversión de Jacques Soria, el hereje calvinista que los martirizó:
Quiso Dios que diese vida
al enemigo francés,
la muerte del portugués...