PRIMERA HISTORIA NATURAL Y SOCIAL DEL BRASIL

Las cartas de San Francisco Javier, desde la India y el Japón, habían conmovido
a la Europa de los años 1543 a 1553. A partir de 1550 empezaron a llegar cartas
similares desde el extremo opuesto del mundo. En Lisboa y en Roma se copiaban, junto
a las cartas orientales de Javier, las occidentales del Padre Nóbrega y otros varios misioneros del Brasil.

Muy pronto se destacaron entre ellas las maravillosas cartas del Hermano José.

Poco antes de morir, pidió San Ignacio una relación amplia de “las cosas más notables” del Brasil. “Ésta es tu empresa”, volvió a decirle Nóbrega al incansable misionero canario. La primera redacción se perdió en el mar. El 31 de mayo de 1560, siendo ya General de la Compañía el P. Diego Laínez, escribió Anchieta, en latín, otra carta, que ocupa 34 páginas en Monumenta Brasiliae (MB, III, pp. 202-36) sobre la climatología, la fauna, la flora, los minerales y, sobre todo, la antropología del indio brasileño.

Es difícil seleccionar algunos párrafos de nuestra traducción castellana. Lo intentaremos:

Ante todo, como indiqué brevemente en una carta anterior, esta parte del Brasil, que se llama San Vicente, dista de la Equinoccial hacia el Sur, veintitrés grados y medio, medidos de Nordeste a Sudeste. No me resulta fácil explicar la aproximación o alejamiento del Sol, el curso de los astros, la inclinación de las sombras y las fases de la luna, porque nunca estudié estas materias. Mas no veo razón para que sea diferente de lo que ahí se observa...

 Describiendo las tormentas tropicales, escribe:
 

No hace muchos días, estando en Piratininga, a la puesta del sol, empezó a enturbiarse el aire, se oscureció de pronto el cielo, y nos amenazó con continuos relámpagos y truenos. Entonces el viento, saliendo del Sur, envolvía poco a poco la tierra, hasta que, irrumpiendo el Nordeste, de donde suele siempre venir la tempestad, cobró tal fuerza que parecía que el Señor amenazaba destruirnos.

Sacudió las casas, arrebató los techos y arrasó el bosque. Arrancó de raíz árboles de gran altura, a otros los partió por medio o los destrozó, de tal manera que todos los caminos quedaron obstruidos, y ningún sendero permaneció abierto en la selva Es impresionante cuántos estragos causó en árboles y casas en el espacio de media hora, pues no duró más, y si el Señor no hubiese abreviado ese tiempo, nada hubiese podido resistir tan gran violencia, sin que todo quedara totalmente destruido.

Atención a los párrafos siguientes:

Ahora bien, lo más admirable en todo esto es que los indios que estaban entregados entonces a sus embriagueces y danzas, ante tan inmensa confusión, no se turbaron lo más mínimo ni dejaron de bailar y beber, como si todo estuviese en absoluta calma...

Omito lo demás que no viene al caso, recordando solamente que la palabra MIENTES no se pronuncia aquí con insolencia Pues los Brasiles, para explicar las cosas, no se andan con ambages ni eufemismos. Y así  MIENTES... y otras palabras semejantes, se pronuncian sin injuria. Más aún, aquellas que designan los miembros íntimos de ambos sexos, concúbitos y cosas semejantes, las dicen claramente y sin ningún rodeo... -

Después de la climatología, con su correspondiente toque antropológico, la fauna:

Hay un pez, al que nosotros llamamos BUEY MAPINO, y los Indios IGUARAGUA, muy abundante junto a Espíritu Santo y otras poblaciones hacia el Norte, donde el rigor del frío es poco o nulo y, desde luego, menor que en San Vicente. Este pez es de enorme tamaño y se alimenta de hierbas. Así lo prueban las mismas plantas semidevoradas y adheridas a los escollos que riegan los estuarios. Supera al buey en su mole corporal, está cubierto con una piel dura que se parece en su color a la del elefante. Tiene junto al pecho como dos brazos con los que nada, y bajo ellos unas ubres con que alimenta a sus hijos. Su boca es en todo igual a la del buey.

Es sabrosísimo de comer, de forma que no puedes bien distinguir si debe apreciarse como carne o como pescado. De su grasa, que está pegada a la piel, sobre todo junto a la cola, sale un jugo, que justamente puede compararse a la manteca, y no sé si le aventaja, pues sirve para condimentar todos los alimentos en lugar del aceite. Todo su cuerpo está trabado con huesos sólidos y durísimos, que pueden hacer las veces del marfil…

Fácilmente podemos imaginar hoy que era “carne’, porque se trataba de un mamífero marino, al que, dos siglos después, llamada Linneo TRICHECUS MANATUS. Pero esta descripción del Apóstol del Brasil, tan precisa, fue la primera que llegó a Europa de esta especie y otras muchas desconocidas entonces en nuestro viejo mundo.

El “buey marino” le recordó al joven profesor su primer naufragio, en el archipiélago de los Abrolbos, yendo de Bahía a San Vicente. La descripción de la tempestad y su salvamento, que tenemos que omitir por brevedad, es digna de Virgilio. En el desierto estuario del Carabelas,

Permanecimos ocho días por causa de los vientos que soplaban contrarios, y quedando ya pocas provisiones para terminar el viaje, echaron la red al mar los tripulantes, y de una vez cogieron dos de aquellos bueyes marinos. Y a pesar de ser tan grandes, no se rompió la red, siendo así que uno de ellos bastara para romper y destrozar muchas redes.

Está clara la alusión a la pesca milagrosa del Evangelio. Anchieta da por terminado el “portentoso” relato de su primera tempestad, y vuelve a la narración mediante esta original “transición” propia de los escritores clásicos:

Proveyéndonos de esta forma la divina largueza, seguimos el resto del viaje. Pero dicho esto de paso, vuelvo ahora al asunto principal. Y como empecé a hablar de los peces, seguiré con ese tema.

Es una lástima no poder continuar con la fauna marina y fluvial de este primer cronista del Atlántico caribeño. Voy a mencionar solamente una nueva observación de nuestro etnólogo Anchieta. Es a propósito del PIRAIQÉ o desove de los peces en los estuarios. Los indios, aprovechando la poca profundidad de las aguas, han cerrado la salida al mar abierto:

encerrados y embriagados con el jugo de un leño que los indios llaman TIMBO, se capturan frecuentemente, sin ningún esfuerzo, más de doce mil peces grandes. Esto se hace con toda facilidad en muchos sitios, de manera que, a veces, después de coger en abundancia, dejan los demás abandonados en la playa. Son muy sanos en esta región los peces, y los pueden comer durante todo el año sin peligro para la salud, incluso los enfermos.

Enumera a continuación nuestro misionero naturalista y antropólogo las distintas especies de reptiles y saurios que conoce, con la máxima precisión científica de su época.

No falta, a propósito de las nutrias, una nueva alusión al indio:

...Hay muchas nutrias, que viven en los ríos. De sus pieles, cuyos pelos son finísimos, se hacen fajas. Hay otros animales de la misma especie, que los indios designan con DISTINTOS NOMBRES, pero tienen la misma utilidad. Hace poco, habiéndole clavado un indio una flecha a uno de ellos, al querer cogerlo saltando al río, acude la multitud de los otros que estaban bajo el agua, atacan al hombre y le muerden y le arañan, de forma que cogiendo con dificultad la nutria muerta, salió todo malherido, tardando bastantes días en curarse por completo. Son estos animales de color casi negro, algo mayores que los gatos, provistos de dientes y uñas agudísimas.

He subrayado lo de DISTINTOS NOMBRES, porque es un hecho, que debía haber consignado al hablar de la Gramática, y que el Apóstol del Brasil repite en distintas ocasiones. Los tupíes NO tienen nombres genéricos para seres de la misma especie. Cada clase de abejas, por ejemplo, tiene un nombre propio, y no existe el colectivo “abejas”. Este sistema ofrece a esa lengua un abundante vocabulario de sustantivos concretos. En cambio, el tupí-guaraní no tiene términos para expresar los conceptos abstractos y espirituales. Nuestro santo lingüista lagunero, identificado con sus queridos indios, enriqueció su lenguaje con el inmenso tesoro de la Revelación Cristiana, haciendo del primitivo tupí-guaraní una lengua culta y moderna.

A propósito de las distintas clases de “cangrejos”, cuyo nombre genérico en latín es “cáncer”, trata de esa enfermedad, que entonces tenía un sentido muy distinto del actual. Era una afección de la piel, de la que dice el “médico” tinerfeño:
El cáncer (cuya curación es ahí tan difícil) lo curan los indios fácilmente. Y lo sanan de la forma siguiente: cogen un trozo de barro del que se hacen vasijas; lo calientan al fuego y tan caliente como puede aguantarlo la carne, lo aplican a las ramificaciones del cáncer, que mueren poco apoco. Repiten esto varías veces hasta que, muertas ya las ramificaciones y el núcleo, cae por sí solo.

Volviendo a las serpientes, cuya variedad es asombrosa y cuya peligrosidad muy notable, anota nuestro naturalista:

Sucede entre los indios que, si una vez mordidos por la serpiente, escapan con vida, mordidos de nuevo, no sólo no peligra su vida, sino sienten también mucho menos dolor. Más de una vez lo hemos experimentado.

Esta última frase es sintomática en Anchieta. Con la precisión del científico, distingue entre lo que ha visto y lo que ha oído decir, entre lo cierto y lo probable. Después de describir varias especies de serpientes venenosas, añade:

A estas serpientes y a casi todas las demás, los indios, cortándoles la cabeza, las tuestan al fuego y se las comen, como tampoco perdonan a los sapos, lagartos, ratones y demás animales semejantes.

Y su experiencia personal:
 

Todas estas (excepto las no venenosas, muy abundantes y variadas) son tan frecuentes que no se puede viajar sin gran peligro. Hemos visto perros, cerdos y otros animales que sólo sobrevivieron a la mordedura seis o siete horas. No rara vez hemos pasado por ese peligro los que, cumpliendo muestro deber, hemos transitado de una aldea en otra, y con frecuencia nos hemos tropezado con ellas en el camino.


Un caso concreto e inolvidable:

En cierta ocasión, volviendo a Piratininga desde una aldea de portugueses, a donde me había enviado la obediencia con un Hermano para enseñar el catecismo, encontré junto al camino una culebra enroscada. Protegiéndome primero con la señal de la cruz, la golpeé con el bastón y la maté; poco después, empezaron a deslizarse por la tierra tres o cuatro crías, y cuando nos extrañábamos de dónde habían salido tan pronto las que antes no se veían, he aquí que empezaron a salir otras del vientre materno; y sacudiendo el cadáver, salieron las demás hasta once, todas vivas y perfectas, menos dos. Pero he oído de otra, a personas dignas de crédito, en cuyo vientre se encontraron más de cuarenta. Entre esta multitud tan grande y tan extendida, EL SEÑOR NOS CONSERVA INCÓLUMES, tanto más cuanto menos confiamos en antídoto o en poder humano alguno, sino sólo en el Señor Jesús, el único que puede hacer que, andando sobre serpientes, no nos hagan ningún daño...

Conociendo como conozco, después de más de quince años de estudio, la Vida y Obra del Padre Anchieta, debo hacer algunos comentarios a este trozo de su carta. En primer lugar, que no se escandalicen los modernos ecologistas. Aquella no era una especie “protegida”, sino muy peligrosa para el hombre. Aunque estoy seguro de que Anchieta no la hubiese matado de haber ido solo. Lo hizo en atención al Hermano, que
estaría muertecito de miedo. Su fe en el “Señor Jesús”, que habia crecido con él “desde su
infancia en Tenerife”, había llegado a la madurez. Después de seis años en aquel mundo hostil (más aún por las personas que por los animales o el clima), Anchieta no ponía su confianza en “antídoto o en poder humano alguno”, sino en “el único que puede hacer que, andando sobre serpientes, no nos hagan ningún daño” (Cf Mc 16, 15-18).

Al final de aquella década prodigiosa en la Capitanía de San Vicente, el Hermano José se había “inculturado”, o mejor, “aculturado”, como se decía más propiamente hace 50 años, en aquel Nuevo Mundo. Se había compenetrado del todo con aquella tierra y con el hombre indígena que la habitaba desde siglos. Con la flora que conocía como el más experto botánico. Y con la fauna. Con la inocua y con la terriblemente venenosa. ¿No es un milagro que en 44 años de recorrer a pie y descalzo todo el litoral brasileño y gran parte del interior, no tuviera en su haber ningún accidente grave? El biógrafo que mejor conoció los documentos de la época, Simón de Vasconcelos, lo proclama Apóstol del Brasil, Taumaturgo del Nuevo Mundo y Segundo Adán. Esto último se refiere precisamente al dominio que tuvo José sobre toda clase de animales en aquel Segundo Paraíso de las Américas.

Describiendo “arañas” y “orugas” (recordemos que estos nombres “genéricos” no existían en el tupí-guaraní, sino los concretos de cada bichito), encontramos otra vez la alusión al hecho antropológico, sin emitir juicios de valor:

Hay un gusano muy parecido a la escolopendra, todo él cubierto de pelos, del que hay varias especies. Difieren entre sí en el color, pero tienen todos casi la misma forma. Si alguno de ellos toca nuestro cuerpo, produce un gran dolor, que dura muchas horas. Los pelos de otros, alargados y negros, de cabeza rojiza, son venenosos y excitan la voluptuosidad. Los indios suelen aplicárselos a los órganos genitales, que se
encienden en ardiente deseo de lujuria, se hinchan, y a los tres días se infectan. Ocurre
con frecuencia que el prepucio se les perfora por varios sitios e incluso el propio pene contrae una infección incurable. Y no sólo ellos se desfiguran con tan fea enfermedad, sino incluso contagian y manchan a las mismas mujeres con quienes tienen relaciones sexuales.

Yo, con perdón del Hermano Anchieta, si voy a emitir un juicio de valor. Pecados “veniales” me parecen los de estos indios salvajes, si los comparamos con los refinados violadores de niñas y niños de nuestras sociedades democráticas...

Se describen a continuación las distintas especies de “onças” o panteras, el “tamanduá”, el “tapiira”, el ‘aig” o perezoso, los ciervos y la “llama” del Perú. Esta última la conoció por el antiguo soldado, después Hermano jesuita y alumno suyo, Antonio Rodríguez:

Lejos de aquí, tierra adentro, hacia el Peru que llaman Nueva España, hay ovejas monteses, iguales a las vacas en el tamaño, cubiertas de una lana blanca y limpia, que las utilizan los Indios para transportar mercancías, como si fueran jumentos. Un Hermano nuestro, que estuvo mucho tiempo en aquellas partes, afirma que las ha visto y que ha comido sus carnes. De ellas se cuentan muchas cosas en las crónicas del Perú, que se han divulgado en castellano.

Gusanos, mariposas y hormigas... Entre éstas, hay una a la que llaman “içá”:

Son rojizas, trituradas huelen a limón, excavan para sí bajo tierra, grandes habitaciones. En primavera (austral), es decir, en septiembre, y de ahí adelante, sacan un enjambre de crías, casi siempre al día siguiente de lluvia y truenos, si hace sol. Van delante los padres y, con la boca abierta, yendo de aquí para allá, cubren todos los caminos, y con más rabia que en otro cualquier tiempo, muerden hasta hacer sangre. Les siguen las crías, aladas, de cuerpo mayor, que enseguida van volando en busca de nuevos hormigueros. Con frecuencia en tal multitud que forman en el aire una densa nube, y donde quiera que caigan, a continuación cavan la tierra construyendo cada una sus habitaciones. Al cabo de poco tiempo mueren todas, y de sus vientres salen innumerables hijos, de forma que no es de extrañar que haya tantas hormigas, pues de una sola nacen muchísimas.

Atención a la “caza” de la hormiga “içá:


A la salida, pues, de estas cavernas acuden los Indios y acuden los pájaros. Acuden los Indios, que esperan con ansia este tiempo, tanto hombres como mujeres. Abandonan las casas, se dan prisa, corren con gran alegría y júbilo para recoger los nuevos frutos, se acercan a las entradas de las cavernas, y llenan de agua pequeñas fosas que hacen y allí de pie, se defienden contra la rabia de los padres, y cogen las crías que salen de las cuevas y. llenando sus vasijas, es decir, unas grandes calabazas, vuelven a casa, las tuestan al fuego en recipientes de barro, y se las comen. Tostadas, se conservan muchos días sin corromperse. Los que lo hemos probado, sabemos cuán grata es al gusto esta comida, y cuán saludable.

La catalogación de insectos termina con numerosas clases de abejas, moscas y mosquitos. He aquí el último:

Otros, que habitan en los estuarios marinos, llamados “marigui” son una plaga terrible. Pequeñísimos, apenas se ven. Te pican, y no ves quién te pica. Te quemas, y no aparece el fuego. Así pues, no sabes de dónde te viene tan de repente esa molestia. Si te rascas con las uñas, aumentas el dolor. Durante dos o tres días revive y se agudiza ese ardor que te metieron en el cuerpo.

De los loros (algunos “imitan las voces humanas”) y otras aves, sólo mencionaré una:

Hay un pájaro marino, de nombre “guará” igual a nuestro somormujo, pero de tibias más largas, cuello también alargado, y pico estirado y curvo. Se alimenta de cangrejos. Es muy voraz. Experimenta en sí una metamorfosis casi continua: en la primera edad se viste de plumas blancas, después se cambia a color ceniza; pasado algún tiempo se blanquea de nuevo, aunque con menos brillo que antes; por último, se adornan de un color purpúreo y bellísimo. Son muy apreciados por los brasileños, que usan sus plumas en sus solemnidades para adornar cabellos y brazos.

¿Por qué no he querido omitir la descripción del “guará”? Porque, además de su belleza, fue ocasión de un “portento” de Anchieta, muy bien documentado, y recogido por D. Mastroiani en uno de sus bajorrelieves. Aparece el santo atravesando el mar en barca con algunos compañeros en un día de mucho calor. Se dirige a un “guará” y le pide que llame a la bandada para hacer sombra a la barca hasta terminar el viaje. Así sucede.

Omito casi todo lo referente a las plantas medicinales y árboles balsámicos. Cuando íbamos de niños al Jardín Botánico de La Orotava, nos sorprendía la “Mimosa pudica” de Linneo. He aquí la primera descripción histórica de esta planta:

Entre otras, hay una planta abundante en todas partes (que muchas veces hemos
visto y tocado), a la que llamamos “viva”,
porque parece que goza de algún sentido.
 Pues si la tocas suavemente con la mano o con cualquier otro objeto, al momento sus hojas, recogiéndose sobre si mismas, se juntan y como se aglutinan. Después, pasado un rato, de nuevo se abren.

Tras una breve alusión al reino mineral y a fenómenos poco conocidos (“fuegos fatuos” o de San Telmo, por ejemplo,), termina:

He escrito todo esto con la brevedad que pude, aunque no dudo que hay otras muchas cosas dignas de mención, que a nosotros, como poco experimentados, nos son desconocidas. Rogamos entretanto a los que LEYENDO o ESCUCHANDO esta narración, hayan recibido algún placer, quieran participar de nuestro trabajo, REZANDO por nosotros y por la conversión de este país.

Escrito en San Vicente (que es la última población portuguesa en dirección Sur), el año del Señor 1560, hacia el fin del mes de mayo.

El último de la Compañía de Jesús,
                                                             José.

He subrayado lo de LEYENDO o ESCUCHANDO, porque en los refectorios de los religiosos o estudiantes y en el hogar de las familias cristianas, estas cartas suplían, creo que con notable ventaja, a nuestras radios y televisiones. Y los creyentes correspondían REZANDO por la conversión de los gentiles, como deberíamos hacer hoy, siguiendo el ejemplo de la nueva doctora de la Iglesia, Santa Teresita del Niño Jesús, por la Nueva Evangelización.

 

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