BAHÍA DEL SALVADOR

La ciudad del Salvador, en la Bahía de Todos los Santos, fue fundada en 1549 por el primer Gobernador de la Colonia, Tomé de Sousa. Con él llegaron los seis primeros jesuitas que habían de defender la libertad de los indios y proponerles amistosamente la Religión Cristiana. Nombrados directamente por San Ignacio, se trataba de los Padres Manuel de Nóbrega (Superior), Juan de Azpilcueta Navarro (primo de San Francisco Javier), Leonardo Nimes y Antonio Pires; y de los Hermanos Coadjutores Diego Jácome y Vicente Rodríguez.

Eran ya mayores y les costaba aprender la lengua de los indios. Tenían que servirse de intérpretes, a los que llamaban “linguas”. El único que logró poner algunas oraciones en tupí (o tupí-guararií, como también se llamaba “la lengua más usada en la costa brasileña”) fue el Padre Azpilcueta, que murió en Bahía el 30 de abril de 1557.

En 1550 se organiza en Lisboa una segunda expedición al Brasil. La integraban los Padres Salvador Rodríguez, Manuel de Paiva, Alfonso Bras y Francisco Pires. Pero en vez de Hermanos Coadjutores, fueron enviados unos singulares “catequistas”. El sacerdote catalán Pedro Doménech había fundado en la metrópoli portuguesa un Colegio de Niños Huérfanos. Siete de entre ellos aceptaron gustosos la atrevida empresa de cruzar el Atlántico. Fueron excelentes catequistas de niños con la ventaja de que aprendían con más facilidad el tupí y estaban muy bien dotados para el canto que tanto agradaba a los indios. Algunos de esos huérfanos se hicieron jesuitas, después de haber pasado por las clases de Latín del Hermano Anchieta.

El 22 de junio de 1552 llegó a Bahía el primer Obispo del Brasil, Don Pedro
Fernández Sardinha, que había sido Vicario General en Goa. Fue muy bien recibido por
todos, en especial por el Padre Nóbrega, que lo hospedó en el Colegio de la Compañía.
Pero no supo adaptarse a la nueva situación, creando dificultades al segundo
Gobernador General, Duarte da Costa, y a la labor de los misioneros.

Llamado a la Corte por Don Juan III naufragó en la hoz del río Cururuipe. El barco enealló en la playa, y casi todos los portugueses, incluido el Obispo, fueron muertos y comidos por los indios Caetés. Ocurrió el desastre el 16 de junio de 1556. Anchieta lo describe en su Poema Épico latino “DE GESTIS MENDI DE SAA” (compuesto en 1561), cubriendo la muerte del Prelado bajo el piadoso manto de un resignado martirio.

Con José de Anchieta llegaron a Bahía los Padres Luis de Gra,  que seria el segundo Provincial del Brasil, Brás Lorenzo y Ambrosio Pires; y los estudiantes Gregorio Serrano, Antonio Blásquez y Juan Gonçálves. José era el más joven de todos y el más enfermo, como ya sabemos.
El mismo año
1553 en que llegó Anchieta, moría el Padre Salvador Rodríguez, de la segunda expedición. Al año siguiente embarcó para Portugal el Padre Leonardo Nunes, de la primera, a quien los indios llamaban “el Padre volador”, por su intensa actividad. Iba cargado de documentos, y llevaba la misión de informar en Roma a San Ignacio de las grandes posibilidades misioneras del Brasil... Naufragó y se perdió todo.

Para terminar este cuadro, hay que recordar que empiezan a surgir vocaciones en el mismo Brasil.

Pedro Correa estaba allí antes de que llegaran los jesuitas. Conocía el tupí a la perfección. Era un colono que sólo pensaba en sus negocios y llegó a enriquecerse a costa de los indios. Movido por la santidad del Padre Nóbrega, lo dejó todo y fue admitido como Hermano Coadjutor. Estudió latín con el Hermano Anchieta para ordenarse sacerdote, si llegaban las dispensas de Roma. En las Navidades de 1554, junto con el H. Juan de Sousa, fue asaeteado por los indios Carijós. Fueron los primeros mártires jesuitas de América. Su martirio lo describe Anchieta en una de sus cartas a Roma.

Antonio Rodríguez era un soldado portugués que estuvo presente en la primera fundación de Buenos Aires y Asunción por los castellanos. Atravesó solo el entonces gran Paraguay y llegó a San Vicente, donde el Padre Nóbrega lo recibió para Hermano Coadjutor y le rogó escribiese su historia. Así lo hizo en una impresionante carta que fue leída en toda Europa y que ocupa 13 paginas en MB (Monumenta Brasiliae, 1, pp.469-81). Recibió clases de Latín del Hermano Anchieta y fue ordenado sacerdote.

Entre otros más que se hicieron jesuitas en el Brasil por estos primeros años, voy a citar también a Gonzalo de Oliveira (1535-1620). Nacido en Portugal, vino de niño al Brasil con sus padres. Estudió latín con Anchieta y se ordenó sacerdote antes que su maestro. En 1580 dejó la Compañía por asuntos familiares. Readmitido en 1586, sale por segunda vez en 1590. El Padre Anchieta le dirige entonces una carta sobre el sacerdocio, toda en latín, a base de textos de la Biblia. Recibido por tercera vez en la Orden en 1609, doce años después de la muerte del Apóstol del Brasil, murió jesuita en 1620, dejando un hermoso ejemplo de humildad y paciencia. Fue uno de los principales testigos en el Proceso Diocesano de beatificación de aquel querido maestro suyo que le había profetizado que moriría en la Compañía de Jesús. Saldrá más de una vez en nuestra historia.

Empieza la “portentosa vida” del Apóstol del Brasil. Ante todo, ¿qué ha pasado con su doble tuberculosis?...

“ENFERMO CON ENORME CAPACIDAD DE RESISTENCIA”, lo definía el
Padre Kolvenbach.

En efecto, José de Anchieta estuvo siempre enfermo. Con cierta frecuencia le subía la fiebre y tenía que guardar cama. En más de una ocasión temieron por su vida. Pero su “enorme capacidad de resistencia” o, mejor, su “fe siempre creciente” permitió que, “a pesar de la carencia absoluta de recursos”, desarrollara una impresionante actividad.

Al llegar a Bahía tiene la intuición de la apremiante necesidad de una Gramática tupí-guarani, la lengua común de la costa brasileña, con su Vocabulario correspondiente. “Sí. Esa es tu empresa”, le dice el Provincial. Anchieta recopila las oraciones del Padre Juan de Azpilcueta y asiste puntual a las catequesis que dan a los niños los Huérfanos de Lisboa. Su “felicísima memoria” y su oído finísimo y su talento para la Lingüística, que reconocerá la Escuela de Leipzig del siglo XIX reeditando y comentando su Gramática, le permiten redactar en pocas Semanas el primer esbozo de ese libro importantísimo.

Con él se convierte en “misionero de misioneros”. Todos los que van viniendo del Reino aprenden el “tupí-guarani” por el Método Anchieta. Gracias a esa “inculturación”, se hace posible el “aldeamiento” brasileño y la futura “reducción” paraguaya. Pues será el Padre Anchieta en 1586, Provincial entonces del Brasil, el que envíe al Paraguay en tiempos de Felipe II, con su Gramática, Vocabulario y Catecismos, a los primeros misioneros que formarán el núcleo original de las famosas “Reducciones del Paraguay”.

Arnold J. Toynbee las definió como la “forma más justa” de comunidad que ha existido en la Historia. Hoy nos son más conocidas, gracias a la película “LA MISIÓN”, que describe su triste y dramático final en las postrimerías del siglo XVIII. Y, más aún, por los restos notables de sus iglesias barrocas tan visitadas y admiradas por los turistas. Sin embargo casi nadie sabe que las “Reducciones” son copia exacta de los “Aldeamientos” brasileños, pues se trataba de “reducir” a “aldeas” a los indios seminómadas, para hacer así posible su evangelización. El sistema, ideado por Nóbrega y Anchieta, fue realizado gracias a la prudente y firme colaboración de Mem de Sá, tercer Gobernador General del Brasil.

 

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