De la vida de José de Anchieta en La Laguna sólo se conocen dos documentos. El de su Partida de Bautismo (7 de abril de 1534), que se conserva en la Parroquia de Santo Domingo, donde se venera también su pila bautismal, y un protocolo notarial de su padre en el que aparece su firma, actuando de “testigo” en el mismo. Este documento se encuentra en el Archivo Histórico Provincial de Tenerife.
Con motivo del cuarto centenario de la muerte del Beato José de Anchieta, el Rev. Padre Peter-Hans Kolvenbach, S.J., Prepósito General de la Compañía de Jesús, escribió a todos los jesuitas del mundo una extensa carta laudatoria sobre nuestro santo lagunero, de la que copio un breve párrafo:
Misionero y místico, poeta con notable sentido práctico, apasionado por el Señor y por los pobres, cercano a los hombres y a la naturaleza, culto y sencillo, enfermo con enorme capacidad de resistencia, fecundo a pesar de la carencia absoluta de recursos, EL BRILLO DE SU FIGURA SIMPÁTICA NO OFUSCA, SINO ATRAE...
En esta humilde biografía de EL PORTENTOSO PADRE JOSE DE ANCHIETA, vamos a comprobar siempre que esos “portentos” no nos ofuscan” sino que nos “atraen”. Algunos o muchos de sus “milagros” pueden parecernos hoy inverosímiles o increíbles. Sin embargo, como “hechos”, son históricamente ciertos.
El n° 135 de la B.A.C. (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955) se titula “Biografía y escritos de San Juan Bosco”. Los “milagros” de este santo moderno, que también fue “portentoso” y que también “atrae”, están todos perfectamente documentados. De igual manera lo están los del Beato Anchieta, aunque las fuentes sean del lejano siglo XVII y no puedan desprenderse de algún que otro “barroquismo”. También San Antonio de Padua, a pesar de las nieblas del siglo XIII, fue sin duda un amable “taumaturgo”. Que lo diga, si no, todo el pueblo cristiano que lo sigue invocando con igual confianza después de siete siglos.
¿Y cuáles son los “portentos” que hizo Anchieta en La Laguna? Por lo pronto, examinando el documento notarial, a que hemos aludido antes, vemos que pertenece al año 1546. Por lo tanto, tiene Anchieta 12 años de edad, tal vez no cumplidos. Y en ese escrito, su firma, precedida del texto “por t°” (por testigo), también autógrafo suyo, de una caligrafía perfecta, contrasta notablemente con el resto casi ininteligible del documento. Es ciertamente un “prodigio”.
Esto prueba dos cosas. Primero la madurez humana del adolescente Anchieta, a quien su padre, escribano de la ciudad, encarga el papel de testigo notarial; y, además, la pericia de aquel joven “escribano” con una letra perfecta que conservará su claridad y su firmeza hasta el Auto Sacramental “Visitación a Isabel”, que escribe en su lecho de muerte y se conserva en Roma de su puño y letra.
Si se me perdona lo que pudiera parecer “irreverencia”, diría que también Anchieta, a los doce años, como Jesús, se ocupa ya en las cosas de su “padre”. Gracias a esa precocidad “portentosa”, cuando esté de profesor en Sao Paulo, sin libros de texto, podrá pasar gran parte de la noche escribiendo, con su limpia letra, los apuntes para sus alumnos. Es un hecho histórico absolutamente comprobado.
En no pocos escritos anchietanos, sobre todo en su Poema a la Virgen, podemos rastrear algunas huellas de sus 14 años de La Laguna.
Ese Poema, del que se dice que lo iba escribiendo en la arena de la playa durante su cautiverio voluntario en Iperuí, para grabarlo en su “felicísima memoria” y escribirlo después en San Vicente, no ha sido aún adecuadamente estudiado.
Es muy probable que aquella obra fuera el Poema de su vida. Pienso que sus primeros balbuceos son de La Laguna... Algunos otros episodios notables, que encajan con cierta dificultad en el conjunto, los habría escrito ya en Coimbra. A sus 29 años tiene Anchieta la oportunidad de sentirse “solo” durante cinco meses, día y noche, con su Señora y, bajo su inspiración, da el último toque a su poema autobiográfico.
Sí. Junto a Jesús y María (y José, que aparece alguna vez discretamente), encontramos siempre, en el “Poema Mariano”, al “esclavito indigno” de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, sirviendo y cantando a Dios, a cuya “mayor gloria” se había consagrado ya el vate tinerfeño.
Voy a citar un dístico de uno de los pasajes más emotivos del Poema: la Huida a Egipto. El Destierro de Jesús con María y José, lo vive él, desterrado también entre los tamoyos de Iperuí,
con especial lirismo. Y recuerda sus primeros años en La Laguna.
De la infancia de Jesús en Nazaret dice escuetamente el evangelista San Lucas que “crecía en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres”. Y Anchieta anota en el Poema Mariano:
VERA quidem mecum primis accrevit ab annis,
Et nato el dulci dante parente, PIDES.
(Desde mis primeros años creció conmigo LA VERDADERA
FE, que me regaló el Niño y su dulce Madre.)
[vv. 3447-8].
A falta de un estudio más profundo, quizás esté aquí, en esta FE CRECIENTE de sus primeros años de La Laguna, el germen fecundo de la “portentosa” vida del Padre Anchieta.
Si algo hay evidente en el Evangelio, y con más claridad en el de San Lucas, es que sin FE, no hay MiLAGROS. Y Anchieta nos dice, en unas circunstancias en que es imposible mentir o exagerar, que LA VERDADERA FE creció con él DESDE SUS PRIMEROS AÑOS. Y que esa FE fue un regalo del Niño y su dulce Madre...
Ya es el lector el que tiene que sacar sus consecuencias. Yo le voy a sugerir DOS. Una sobre el poder de la FE. Leemos en el evangelio de San Lucas (17, 5-6):
Dijeron los Apóstoles al Señor: “Auméntanos la fe”. . El Señor dijo: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar” y el árbol os obedecería.
¿Nos pueden extrañar los “portentos” de Anchieta, si el grano de mostaza de la Fe,
que recibió en su bautismo, “fue creciendo con él desde sus primeros años”?
Mi segunda sugerencia es hoy de suma importancia para los católicos, en los comienzos del tercer milenio. No voy a hacer una exégesis completa del dístico latino del Beato Anchieta citado más arriba. Sólo un detalle. La primera palabra es “VERA” y la última “FIDES”. Son las dos columnas que sostienen la bella arquitectura de esa estrofa latina. “LA VERDADERA FE”.
Intraducible, porque el LATÍN, que Anchieta hablaba y escribía ya en La Laguna, es la lengua más perfecta que se ha hablado y escrito en Occidente. Pero a lo que voy no es a la forma, sino al contenido: “Desde mis primeros años creció conmigo LA VERDADERA FE, que me regaló el Niño y su dulce Madre”…
Ante el tercer milenio del Nacimiento de Jesús, no podemos dudar. LA VERDADERA FE es la católica, apostólica y romana... Leamos TODO el Concilio Vaticano II. Y sabremos responder, como respondía Anchieta a luteranos y calvinistas, a los “protestantes” o “agnósticos” de hoy. Con humildad, pero con firmeza. Respetemos a nuestros “hermanos mayores” en la fe de Abraham, los israelitas. Y a nuestros “hermanos menores”, los musulmanes, hijos también del Abrahán de la FE. Y a los “hermanos separados” del Norte o del Este. Pero no dudemos de nuestra VERDADERA FE, la de los miles de santos y la de los millones de mártires que la han confesado, como el Beato José de Anchieta, con su vida “portentosa”, en estos veinte siglos de cristianismo, que acabamos de cumplir.
Reconozcamos, con humildad anchietana, que esa Fe “nos la regaló el Niño y su dulce Madre”. Pero procuremos que “crezca” con nosotros y brille en el tercer milenio, como la que desde el corazón de nuestro “portentoso” lagunero inundó de luz a la nación católica más extensa y poblada de nuestro mundo hispánico.
Todo lo que añada sobre los 14 años de José de Anchieta en la isla de Tenerife lo puede igualmente imaginar el lector. Si sus padres lo enviaron, a esa edad, a la Universidad de Coimbra, fue porque en Canarias entonces (ahora hay dos grandes universidades) no tenía más nada que aprender. Y también porque veían a su hijo José físicamente fuerte y moralmente responsable...
Acompañemos a este despierto adolescente, fuerte y sano, despidiéndose de las Cañadas del Teide y de nuestra Virgen de Candelaria, y bajando con su hermano y su padre, en algunas cabalgaduras, desde su Casa Natal en la Plaza de Abajo, por los bordes del Barranco de Santos, hasta el Puerto de Santa Cruz... Veamos el frágil barco de vela perderse lentamente en el horizonte rumbo a Madeira y Lisboa... y acompañemos a Doña Mencía que se quedó en La Laguna con los hijos pequeños...