(Transcripción literal de un artículo de LA VANGUARDIA, firmado por M. Rodriguez Codolá, de fecha 26 de Octubre, de 1902. El fallecimiento de Jerónimo Suñol, fue el día 16 de Octubre, de ese mismo año. En la cabecera un dibujo del escultor, de A. Parera,  y en mitad de página una fotografía del Dante, vista desde el lado izquierdo, en mal estado de conservación).


JERÓNIMO SUÑOL

Influencia que ejerció en la escultura española.- La obra maestra del artista. - Su vida. - Su idiosincrasia moral.

Si para que su nombre figure en lugar preferente en la historia del arte escultórico español, ha dejado obras que pregonaran a través del tiempo la conciencia artística y el talento de su autor; en cambio, nunca como ahora, que vivimos en una época relativamente próxima a la en que ejerció influencia grandísima, para puntualizar cual fue y el grado que alcanzó, la evolución por él impresa a la escultura patria. Porque tengo para mí, que el mérito principal de Suñol no estriba solamente en las producciones que nos ha legado, sino en el espíritu que las informa y que constituyó en el primer periodo del artista una verdadera innovación; sin que al consignar eso quiera, ¡líbreme Dios!, aminorar la importancia de sus creaciones, de tal valor estético en su mayoria, que resisten el análisis del más exigente en materia artística.

Para hacerse uno cargo exacto de la transformación que merced a Suñol sufrió la estatuaria en España, no hay mas que retrotraerse a mitad del siglo decimo nono e indagar el estado de tal arte entre nosotros, y se vendrá en conocimiento de los que lo cultivaban oficiaban en el altar del neo-clasicismo, teniendo por dioses a Canova y al danés Thorwaldsen, y por santo intercesor a Tanerani [1]. La mitologia era la fuente de inspiración donde los más acudían; que nada quiere decir en contra el que se labraran imágenes cristianas para las exigencias del culto.

 

El arte que reproduce los seres en forma tangible vivía, pues, en el mundo de las abstracciones, y aun cuando por algunos escultores se utilizaba el modelo vivo, solo era visto a través de los espejuelos de la convencional teoría en boga, que les desfiguraba lo que tenían ante los ojos, con excusa de magnificarlo, de ennoblecerlo y de buscar la placida grandeza que cautivaba a Winkelman en arte antiguo. El escenario del mundo real, la vida consciente, lo humano en una palabra, no se reputaba lo suficientemente digno para ser trasladado al yeso o al mármol. Descender a ello, era tanto como rebajar el nivel de la escultura. Y así andaba ella. Sujeta a convenciones, a fuerza de permanecer estacionada; respetando, fanática, los cánones prescritos por la antiguedad pagana, no se daba con alguien capaz de libertarla del medio insulso en que vegetaba. La forma, limada; los ojos, como almendras; la nariz, recta, con suavidad unida a la frente; el cabello ondulante y peinado a la griega...

 

Solo se soñaba en Apolo o en Diana, o entre otros dioses de ese jaez.

 

Y en lo mejor del sueño, cátate que aparece un heterodoxo, [2] un revolucionario que haciendo tabla rasa de la doctrina imperante busca en la verdad un revulsivo que transfundiera a la plástica la vida de que carecía. El desconocido innovador era Suñol: su obra, la estatua del gran poeta florentino [3]. ¿Y cómo no debía considerarse una revelación esa figura rebosante de carácter, en un periodo en el cual, según queda anotado, la insubstancialidad estaba enseñoreada de la escultura, en un tiempo en que ésta engendraba seres sin el calor de la vida?. Forzosamente la estatua de Dante tenia en aquel entonces que llevar en alto grado la atención y parecer hija de un revolucionario, porque llevaba en sí, aparte del carácter típico del inmortal épico, católico, el sello de la época en que éste vivió. Tal creación es florentina, no por la indumentaria, sino por el espíritu de verdad que la anima, por la manera de plegarse la ropa, por la sequedad con que a veces, a fuerza de insistir, se marca lo esencial, y por la concesión hecha al elemento expresivo, a la observación de lo viviente, en consonancia con el ideal de los escultores de la Florencia del Renacimiento. En tal producción puede verse como a la transformación que sufría la forma, no como resultado de la consulta constante y respetuosa al natural, para sintetizarlo y ofrecer de él lo característico, sino como producto de rutinarias fórmulas propagadas al amparo de la restauración del clasicismo, y por ende sujeta a aquella, - la forma- a una elaboración fría que daba por consecuencia la falta de emoción personal en la estatuaria, opuso Suñol la sinceridad por norma, el respeto a la verdad, la resolución razonada y concienzuda, y con arreglo a la realidad, de cuanto integraba la obra.

He ahí explicado contra lo que reaccionó ese artista y los medios que puso a contribución para lograr su objeto.

Y es conveniente insistir en ello, para dar con el punto de vista desde el cual hay que juzgarle y para que no parezca hoy una exageración el considerarle un innovador. Porque la obra suya a que me vengo refiriendo, sino se tiene en cuenta la atmósfera viciada que respiraba la escultura española, la reputamos en estos días de los Rodin y los Troubetzkof, por clásica; de buena cepa, eso si, y con cualidades sobresalientes que resisten el análisis de la crítica moderna; lo cual es su mayor elogio. Por eso es conveniente, si se quiere esclarecer cuál fue el progreso gigantesco que marcaba la estatua representativa del genial autor de la Divina Comedia, dar al olvido la evolución grandísima sufrida por el arte escultórico en el último tercio del siglo precedente.

¿Quién era aquel joven, que, al igual que César, pudo decir : Veni, vidi, vici ?. Hijo de un modesto carpintero barcelonés establecido en la calle de Barbará, destinábalo su padre a que le sucediera en el manejo del escoplo y el cepillo, pero el muchacho que sentía mas afición por el mazo y el cincel, hubo de confesarlo sin rodeos, y sin rodeos, también, le contestó el autor de sus días que nunca le faltaría el plato en la mesa, pero que para las demás exigencias de la vida se las agenciara como pudiera. En libertad el mozo para dedicarse a sus aficiones predilectas entró en el taller de un tal Passarell, escultor de menor cuantía, de esos que en la jerga de los artista se les llama santero. Además, juicioso de suyo, y ávido de estudiar, concurría por las noches Suñol a las clases de la Lonja. Con aquella penetración en él innata, pronto se hizo cargo de que solamente triunfa en arte el que no desperdicia día ni hora, el que consulta sin descanso el natural. Da ahí que aprovechara todos los momentos de que podía disponer, domingos inclusive, a hacer estudios del modelo vivo en un cuartucho que alquiló por frente de la tienda de su padre. Allí se encerraba a interrogar la forma humana, a familiarizarse con ella, a dominarla. Pero el novato escultor crecía al par que sus aspiraciones, y abandonando a su primer maestro, pasó al taller de los hermanos Vallmitjana, de quienes trasladó al mármol varias figuras [4] Por aquellos días modeló, por encargo de Calvé, una estatua representando Euterpe, que fue colocada en los jardines de ese nombre. El año 1862 con las economías, hechas a costa de mil privaciones, y con la cantidad que le dieron por un tríptico en madera que tuvo expuesto en una marquería de la Plaza Real, realizó el proyecto de que ha tiempo acariciaba, Ir a Roma.

Allá fue, y una vez en ella vio cuan necesario le era variar de rumbo, desprenderse de lo hasta entonces aprendido, para volver a empezar de nuevo. El resultado de los estudios que emprendiera fue producir una obra sazonada, completa, que terminó aquel mismo año.

Había creado el Dante, pero el artista, descontento siempre de sí mismo, ignoraba haber concebido su obra maestra; la cual, por una feliz circunstancia, tal vez no hizo añicos, conforme hacia con aquellos trabajos suyos que no le salían por completo a su gusto. El caso fue, que requerido Fortuny por su compatriota para enseñarle la obra que traía ente manos-el Canto Storia- acudió el malogrado pintor al estudio de Suñol, a quien confesó llanamente que le entusiasmaba tal figura; pero allá, en un rincón, reparó en otra- no hay que decir de cual se trataba- que al momento le interesó. Mandó ponerla en el caballete para que recibiera la luz conveniente, y al segundo se deshizo en elogios, aconsejando a su amigo que terminara lo poco que en ella faltaba concluir; y el escultor catalán que creía ciegamente en su paisano, siguió el consejo; y de ello, ciertamente, no se hubo de arrepentir en su vida.

La estatua de Dante tuvo un éxito al ser expuesta en Roma, y Suñol fue proclamado gran artista. Cual Ghiberti, vencía a os veintitrés años de edad y su talento era reconocido por sus compañeros de profesión. Uno de ellos, Tenerani, escultor que gozaba de gran autoridad, y de quien un crítico español [5] ha dicho que era el depositario de la tradición didáctica de Canova, hubo de exclamar al conocerle: -¡Sois muy atrevido, joven! Vuestra obra es sin disputa la de un artista de talento, pero en ella hay algo, aunque de poca monta, que debéis corregir. Os habéis servido de un modelo vulgar para las manos, olvidando que los que tienen por ocupación escribir acostumbran a tenerlas aristocráticas, de dedos afilados, y eso lo modificaréis con facilidad. Recibid mi enhorabuena.

Huelga manifestar que Suñol, estimó justa tal observación y que corrigió lo que le había indicado el venerable maestro.

 Queda ya consignado cuál fue el asombro que causó en Madrid la estatua de Dante. El jurado comprendió de buenas a primeras que se las había con un artista de talla, y de ahí que varios de los individuos que lo componían, antes de da el fallo, le llamaran aparte y le dijeran:- Su figura es merecedora de una primera medalla, que no le daremos, con objeto de que siga usted estudiando. Presente una que sea clásica [6] en la exposición próxima que recibirá la recompensa que esta vez no se le otorga.

 Thorwalsen debió mirar con agradecimiento a aquellos sacerdotes del pseudo-clasicismo que temían sancionar con su voto un trabajo que presagiaba el declinar de su doctrina y anunciaba la aurora de un nueva era para la escultura.

Por lo demás el jurado se portó correctamente no concediendo primeras medalla y otorgando la primera de las segundas a nuestro paisano, a quien le fue adquirida la obra en cuatrocientos duros.

Mientras permaneció en la capital de España en espera, primero, de la resolución del jurado, y después para hacer efectiva esa cantidad, trabajó ¡que remedio le quedaba! en casa del escultor imaginero José Vellver, y unas manos de madera que a la sazón hizo, las llevó ese artista a sus compañeros de Academia, siendo objeto de grandes alabanzas. Con el dinero que le entregaron por el Dante, volvió Suñol a la ciudad de los Papas, y soñando en la primer medalla-¡quien es el que dedicándose al arte no sueña en ella!-empezó a modelar un efebo, coronado de rosas, con sendas antorchas en las manos, estatua que presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1866, y refiriéndose a la cual dijo un escritor: [7] quien con el mal gusto general hoy en las Artes, toma por ese camino tiene mucho adelantado y llega a la meta; y añadía en otro párrafo: si ha querido-el autor-representar el matrimonio actual (y esto es lo peor que tiene) [8] lo ha hecho con sumo acierto. La fisonomía se muestra ajada, gastada, seca: las manos pasan la llama, de antorcha a la otra, con tibieza. Todo lo demás, antiguo, lo que se llama hoy pagano, es bello, no ciertamente por estar suavemente modelado, sino porque recuerda lo que siempre es bello; lo que es inmortal por su misma esencia, lo que es y será y ¿? [9] forzosamente escultura siempre, lo que fue en Grecia cuando aun creían en los dioses, con mas o menos fervor, pero algo mas que nosotros en los nuestros; porque es lo que se dice pagano.

Estas líneas confirma cual era el criterio entonces dominante acerca de la finalidad de la escultura, y certifican como Suñol acertó también al modelar el Himeneo, obra en la cual se echa de ver, dentro del concepto clásico a que se atuvo el artista-no perdiendo de vista la primera medalla que le ofrecieran- un estudio del modelo vivo y una construcción sólida de la armazón humana, del juego y movimiento de sus parte, como de quien es realista por temperamento, aunque Suñol lo atenuaba a las veces merced su depurado buen gusto.

Himeneo le valió la primera medalla [10] El jurado cumplía su promesa sin claudicar a sus ideales y sin dar el pernicioso ejemplo de premiar una estatua que no fuera clásica. Winckelman y el caballero de Azara podían dormir tranquilos.

Cobró Suñol las cuatro mil pesetas que el Estado le dio por aquella figura, dirigiéndose otra vez a la gran ciudad del Arte. Entonces fue cuando hizo el monumento a O’Donnell, emplazado en las Salesas. Ya al hablar de como le fue encargada esa obra, se presenta la ocasión de demostrar la modestia del maestro. Acompañando éste a los delegados de Gobierno español por los talleres de Roma, que habían recibido previamente el encargo de bosquejar un proyecto de monumento funerario a aquel general, pero ninguno de los bocetos fue del agrado de los comisionados, en vista de lo cual preguntaron a Suñol, que se había librado muy mucho de hacer indicación alguna a su favor, por qué no ejecutaba uno, a lo que contestó, a fuerza de ser instado, que lo probaría. Hízolo, en efecto, y tanto gustó, que inmediatamente fue designado para realizar la obra definitiva, la cual, una vez lista, produjo en Madrid impresión solo comparable a la que había causado anteriormente el Dante. Era el primer trabajo escultórico de carácter público con el sello de la nueva escuela.

En el año 1875, a causa de unas fiebres que le quebrantaron la salud para siempre, y que a la sazón le pusieron en peligro de muerte, abandonó Roma por prescripción facultativa, y se restituyó a Barcelona, alquilando para estudio un local de la calle de Sepúlveda. ¡Que decepción la suya!. No fue pródiga para él su ciudad natal, ni un encargo recibió de sus paisanos, una distinción que le resarciera de la frialdad con que había sido acogido, él, que gozaba ya de renombre universal y que había merecido honrosas distinciones 10 de gobiernos extranjeros. Los recursos se acababan, y para mal de sus desdichas, un día, se encuentra con que la estatua ecuestre del general Concha, que tenia muy adelantada para tomar parte en el concurso anunciado para la erección en Madrid de un monumento a aquel caudillo, yacía en tierra, informe, como masa sin espíritu, y el plazo para la admisión terminaba en breve.

Desengañado, y con el alma lacerada vio que no le quedaba otro recurso que someterse a la desgracia y renunciar al arte, y ahogando en sí toda aspiración, pidió a un deudo suyo que le facilitaría ganarse la vida en su fábrica. Su hermana para animarle, le encargó una Piedad, que regaló a los PP. Escolapios, en la iglesia de los cuales se halla todavía.

Trabajando en ese grupo se hallaba el entonces descorazonado artista, cuando he ahí que, a propuesta de los escultores catalanes, fue elegido por unanimidad jurado de la Exposición Nacional de Bellas Artes. Era el año 1876. A los dos días de haber sido nombrado para aquel cargo hallábase ya Suñol en Madrid, y a las tres horas de estar en esa capital recibía el encargo de modelar dos bustos, a mil duros cada uno. Sans, para quien fue la primera visita de Suñol, le había facilitado tal trabajo.

En vista de la entusiasta acogida que se le dispensaba y de las deferencias de que en todas ocasiones era objeto, fijó Suñol su residencia en aquella ciudad.

Al poco tiempo se honró en su pecho la medalla de académico. Los encargos llovían sobre él. [11] Post nubila phabus

Encargado de la dirección de la parte escultórica de San Francisco el Grande, se reservó para sí modelar las figuras de los apóstoles San Pedro y San Pablo, de las cuales la primera es hija de un talento en toda su plenitud. Para mí, junto con el Dante, es donde ha rayado a mayor altura Suñol, quien se ha marchado de este mundo sin poder realizar la obra en que tenia cifradas grandes esperanzas y la cual debía representar a Nana, la protagonista de Zola, completamente desnuda, a guisa de Afrodita moderna. Luchó uno y otro día, en los últimos de su vida, y desistió por el momento, por no dar con una modelo que respondiera al ideal que en su imaginación había concebido.

En su estudio, conservando la huella de la mano febril del artista, pudo verse últimamente un boceto en cera. Era el en que Suñol, en un instante de hormigueo creador, había dado forma sensible a la hembra aquella descrita a lo vivo por el novelista francés.

Con la chaqueta salpicada de yeso, con su gorra de papel colocada en la cabeza, así recibía a todo el mundo. Pero no os echabais a reír al verle, aquellos ojos negros, medio ocultos por las pobladas cejas, aquellas pupilas de mirada escrutadora y penetrante, os indicaban la superioridad de aquel hombre, mas bien bajo que alto, algo cargado de espaldas, de vergonzante calva, de bigote gris y perilla cual signo interrogante. Al hablar, os interesaba al segundo, y si la conversación versaba sobre arte, entonces, por egoísmo de aprender, callabais, admirando su vastísima erudición, que fluía de sus labios con la sencillez característica en Suñol.

Ponerse el frac era para él motivo de disgusto. Modesto y todo llaneza, no se avenía con las formas cortesanas; le cargaban los cumplidos, que son un alarde de fingimiento, y le venia muy cuesta arriba el aceptar una invitación para asistir a las reuniones donde muchos se desviven por ir. Era tanto lo que eso le contrariaba, que en el palacio de un prócer madrileño, para quien trabajó el escultor catalán durante un buen número de años, rehuía, en los días de convite, subir por la escalera de honor, y entraba por la de servicio para hacerse la ilusión de que no acudía a reunión aristocrática.

En cambio, anhelaba que se le dejara a solas con sus discípulos [12], que eran para él como hijos queridos, a quienes acompañaba los domingos por los alrededores de Madrid, hablando él siempre y girando sobre cuestiones artísticas la conversación.

Suñol vivió en la capital de España como una planta exótica. Sufrió, a pesar de todo, la nostalgia del suelo nativo. Su enamorada era Barcelona, y su sueño dorado venir a vivir, cual un bon bourgeois, en una torre de las cercanías de la ciudad que echaba de menos en medio de sus triunfos y sus honores, de los cuales jamás hizo gala.

Pero ha muerto sin poder realizarlo. Verdad es que, con toda su gloria, tampoco pudo conseguir llegar a catedrático, debiendo contentarse con una ayudantía que no ha muchos años hubo de conquistar, sin que ello le arredrara y sin que considerara maltrecho su amor propio, en unas oposiciones.

 Se metió en cama hace meses y lentamente le fueron faltando las energías. El día dieciséis del mes que cursa, a las nueve de la noche, dejó de existir.

Fue un hombre de corazón y un gran artista.

M. Rodríguez Codolá.


[1] Ponciano Ponzano y Sabino Medina recibieron en Roma lecciones de Thorwaldsen y Tenerani. El gran escultor dinamarqués intervino de palabra y de obra en un bajo relieve de Ponzano, quien años después colaboró en obras de Tenerani a su vez.

[2] Exposición Nacional de Bellas Artes celebrado en Madrid el año 1864.

[3] Además de esa figura expuso el maestro catalán "La tercera tentación de Jesús", obra que pasó inadvertida.

[4] Entre ellas las existentes en la puerta de ingreso al banco de Barcelona.

[5] F. M. Tubino

[6] ¡Esa era la madre del cordero!

[7] Benito Vicens y Gil de Tejada. Carta escrita a Cruz Villaamil tratando de la escultura en el aludido certamen y publicada en "El Arte en España".

[8] En este inciso asoma una protesta al realismo, que aunque velado, palpita en esa producción.

[9] Cuando don Víctor Balaguer fundó en Villanu el Museo que lleva su nombre, tuvo empeño que en él figurara esa obra de Suñol, que se creía perdida. Después de peregrinar por todas las dependencias del Estado, en donde podía creerse probable hallarla, fue encontrada en los subterráneos del Museo del Prado, manca, perniquebrada, hecha una verdadera lástima. Suñol al verla en tal estado, sufrió un disgusto, y con el cariño de padre, presto acudió a reconstituirla.

[10] Lo que mas en estima tenía Suñol, era haber sido nombrado por el gobierno de Víctor Manuel individuo del jurado internacional que juzgó los ejercicios y las plazas que dejaron vacantes en la Escuela de San Carlos, de Roma, los profesores que no se avinieron con el nuevo régimen, después de la unidad de Italia.

[11] Fue encargado de la decoración escultórica del palacio del marqués de Linares y de parte de la decoración del palacio de la duquesa de Medinaceli. Además labró una imagen de "Santa Teresa", para el obispo de Santander; una "Purísima", en mármol; el busto de "Rossini", para la fachada del Palacio Real; el grupo de las "Bellas Artes para la del Museo del Prado; el notabilísmo "San Francisco Javier"; la estatua de Colon, erigida en Nueva York y costeada en aquel país por suscripción pública, y buen número de retratos y otras obras, ente las cuales figuran su estatua "Petrarca" y sabe Dios cuantas reproducciones de la de "Dante".

Su última obra es la estatua de don José Salamanca, la cual ha sido fundida no ha muchas semanas en los talleres de los señores Masriera y Campins, y el modelo de la cual, en nombre de la familia del llorado artista, ha sido ofrecido por el notable escultor don Manuel Fuxá a la Junta de Bellas Artes de esta ciudad, con destino al Museo municipal.

[12] Imposible la reconstrucción de esta palabra.