LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA  -  (22 Octubre 1902)


-¡Ha muerto Suñol!. -Con pena lo consigno. Quejábase de estar enfermo la última vez que visité su estudio de la ÚLTIMO DIBUJO QUE HIZO Y DEJÓ SIN TERMINAR ALFREDO PEREAcalle Raimundo Lulio para admirar su hermosa estatua de D. José de Salamanca. “Esta será mi última obra”, dijo con melancolía, y, en efecto, ha ciado con las primeras hojas, a los sesenta y dos años de edad. -Veo en la papeleta de defunción que era caballero gran cruz de Isabel la Católica, comendador de Carlos III y académico de Bellas Artes. No lo hubiera sospechado por la modestia con que se presentaba. -Nunca hizo gala de esos honores, ganados en artísticos certámenes, porque su sencillez rayaba en humildad; ni equivalían a la de ser autor de la célebre estatua del Dante tan reproducida en yeso para recreo de los aficionados, y en la que no se cansaban de admirar la expresión pensadora de aquella cabeza coronada de laureles; o de la clásica figura de Himeneo, que tiene la gracia del antiguo y sentimiento moderno, que le valió una primera medalla de escultura, ni de tantas otras obras concienzudas de su mente reflexiva. No era un revolucionario del arte, de esos que, creyendo agotadas las formas tradicionales, buscan la novedad en la exageración, ni imitador frío de lo arcaico; era un conservador con genio (difícil término medio en todas la artes), que, si no son exploradores de mundos nuevos, hallan la gloria dentro de su casa. -¿De modo que en arte no hay un rumbo determinado para el acierto?. -Que cada cual elija el suyo propio, lo cual no es tan sencillo como parece. Suñol estudiaba los asuntos con verdadera conciencia hasta dominarlos y sentirlos hondamente; no producía demasiado, pero todo lo que salía de sus manos era obra de maestro. No se cuidó en otra forma de su fama; era sencillo y franco; poco afecto a las innovaciones modernas, que no se acomodaban a su gusto, y se conformaba con vivir en modesta posición sin hacerse valer todo lo que valía; carecía de vanidad, y su carácter era apacible: pequeño de cuerpo, de cara fina y ojos negros, expresivos y dulces, descuidado en el vestir y de conversación seria y animada, si como artista merecía respeto, como hombre se hacía estimar y deja grato recuerdo en el corazón de sus amigos.

Jerónimo Suñol. Páginas 233 y 238.

El 16 del corriente ha fallecido en esta corte el ilustre escultor Jerónimo Suñol, autor de tantas y tan celebradas obras. Había nacido en Barcelona en 1840, y en aquella Escuela de Bellas Artes hizo sus estudios con tal aprovechamiento, que en la Exposición Nacional de 1864 presentó su hermosa escultura El Dante, que mereció grandes elogios de la crítica, y obtuvo en aquel certamen un segundo premio. Aquella estatua fue adquirida por el Estado y destinada al Museo Nacional, y es la que reproduce nuestro primer grabado del presente número. En 1868 ganó un primer premio en muy reñido concurso con su estatua de Himeneo, la cual obtuvo también una medalla en la Exposición de París. Desde entonces, así en Roma como en España, continuó su laboriosidad infatigable produciendo obras artísticas que figuran en museos, plazas públicas, galerías particulares y salones, y en todas ellas se revela la inspiración y el exquisito gusto de su autor, que rindió constante culto al gran arte. El quebranto de su naturaleza, herida de muerte, no alcanzó a su espíritu, que en los últimos tiempos de su vida permanecía tan vigoroso y gallardo como en los mejores días de la juventud. Grande y muy dolorosa es la pérdida que el Arte español experimenta con la muerte de escultor tan ilustre, a cuya gloriosa memoria justo es consagrar cariñoso homenaje, y en tal concepto figuran hoy en las páginas de LA ILUSTRACIÓN, que tantas veces honró con sus trabajos, retratos del artista y la copia de su primer obra premiada.