LA ILUSTRACIÓN ARTÍSTICA

Nº 1089

Jerónimo Suñol

Nos hallamos todavía, malaventurademente, bajo la acción de un ciclo funesto, destructor implacable de cuanto significa o representa el movimiento productor de nuestra patria en todas sus formas y manifestaciones. A la ya extensa lista de aquellos que con su palabra, con su ingenio o sus virtudes contribuyeron al engrandecimiento de nuestro país, hay que agregar el nombre de un artista venerable, tan dotado de merecimientos como repleto de modestia, tan digno de aplauso por sus aptitudes como de alabanza por sus cualidades.

Sabíamos quien era y lo que significaba Jerónimo Suñol. La fama que le habían procurado sus seguros triunfos, exentos de exageradas explosiones, asignabanle, a nuestro juicio, caracteres excepcionales, y su nombre representaban para nosotros el de una personalidad artística sólidamente cimentada, merecedora del respeto y consideración a que tiene derecho aquel que con su propio esfuerzo e inspirándose en nobles ideales, logra singularizarse; mas hasta el mes de octubre de 1890 no nos cupo la suerte de conocerle. Una fiesta artística, organizada por un ilustre amigo de ambos, el que para nosotros lo fue queridísimo Víctor Balaguer, nos congregó en Villanueva. Tratábase de la solemne inauguración del monumento erigido al poeta Manuel Cabanyes en el pórtico de la Biblioteca-Museo fundada por aquel excelente patricio. Suñol ostentaba la representación de la Academia de San Fernando, Cañete la de la Legua y el que estos renglones escribe la de esta Revista. A los tres nos brindó cariñoso hospedaje el llorado vate catalán en su encantadora casita de Santa Teresa, que allí, junto a su querida Biblioteca, recuerda su existencia y pregona su patriótico y cultísimo desprendimiento. En los tres días que vivimos reunidos, tuvimos ocasión y motivo para conocer hasta donde llegaba la inteligencia, la bondad y el entusiasmo artístico que poseía Suñol. Entonces comprendimos la funesta e inevitable ingratitud que la patria reserva siempre en vida a los genios, para quienes no llega la glorificación hasta el momento en que no les es posible gustar de la satisfacción que habría de procurarles la reparadora justicia. Y cuenta que a ello tenía derecho, puesto que Suñol, aparte de deberlo todo a su personal esfuerzo, significa algo mas que un escultor habilísimo y un artista inspirado, representa un innovador, un apóstol de nuevas ideas y conceptos, que impulsado solo por su clarividencia, se atrevió a romper los antiguos moldes y cultivar un arte racional, que se adaptara a la evolución que presentía y a la época en que vivimos. De ahí su obra maestra, la hermosa representación del gran poeta florentino Dante, tan justísimamente celebrada. La sorpresa que produjo su legítimo triunfo fue una doble revelación, puesto que al revelar que el condicional santero se había trocado en artista, señaló a los que fueron sus maestros y compañeros una nueva y no soñada orientación. Cierto es que el éxito logrado en Roma fue regateado en Madrid por el rutinarismo académico, saturado del arcaico clasicismo; mas esta contrariedad dio lugar a que el ya entonces maestro produjera la hermosa estatua de Himeneo, cual si hubiera tratado de demostrar la pujanza de su inteligencia y la variedad de sus aptitudes. Difícil sería siquiera condensar, en el corto espacio de que podemos disponer, el resultado de una existencia laboriosa y fructífera cual la de Suñol. Por esto nos limitamos a consignar meras impresiones y recuerdos. Esto no obstante, hemos de decir que, perteneciente a una familia artesana, presto demostró su afición a cultivar la escultura modelando figuritas de barro para los belenes, ingresando después en el taller de un santero, repitiéndose en él las mismas circunstancias que concurrieron en los que después fueron sus maestros, los hermanos Vallmitjana, bajo cuya dirección esculpió mas tarde, entre otras obras, una de las estatuas inspiradas en el neo-clasicismo imperante, que todavía decoran la fachada del Banco de Barcelona. Con las economías que pudo reunir, ya que se le confiaron algunos encargos, trasladose a Roma, realizando sus soñados deseos. Si su estancia en la Ciudad Eterna fue provechosa, demuéstralo entre otras, la estatua de Dante, severamente concebida y ejecutada con encomiada simplicidad. Establecido en Barcelona, en donde suponía había de hallar vasto campo de acción, hubo de experimentar la amargura del indiferentismo de sus paisanos, entonces mas amantes de la industria que del arte, viéndose obligado a trasladarse a Madrid, en donde ha vivido colmado de honores y distinciones, soñando siempre en su ciudad natal, sin que las circunstancias que le rodeaban le permitieran realizar la aspiración de toda su vida. Allí, aplanado su espíritu por la inesperada muerte de su queridísima hija, ha dejado de existir aquel artista ilustre y cumplido caballero, aquel hombre virtuoso y noble en cuyo cerebro sólo germinaron ideas elevadas y en su corazón delicados sentimientos, aquel que tantas bondades dispensó a la nueva generación artística catalana y cuyo nombre significará una justificada gloria de nuestro país y nobilísmo ejemplo que imitar.

 

A. García Llansó.